domingo, 2 de marzo de 2008

Siempre he querido ser un Gooney.

Esta ha sido una semana larga. Me parece mentira que hoy sea domingo. Pero lo es.
Y otro domingo más, se me cierran los ojos mientras escribo.
Quizá sea mejor empezar a escribir los martes. Los lunes siempre son más difíciles para contar cosas que no tengan relación con el fútbol.

En fin. Ya veremos.

Los días de esta semana han sido: Bay of Isands, Geoff, Miércoles, Sónika, Mireia y Siglo XIX.

Geoff se quedó en casa la noche del martes, cuando volví de Bay of Islands. Un buen tipo, pero ronca como para levantar el tejado.



Sónika se ocupó de la del jueves, y vaya ilusión que me hizo reencontrarme con ella.

Ella estrenó mi nuevo colchón hinchable de "me voy de camping".
Estaba un poco harto de no poder ofrecer más que el suelo para los invitados, así que ahora disfrutan de un colchón de matrimonio, que la verdad, tiene mejor pinta que mi cama. Quizá me invite a mí mismo.

Sónika tan maja como siempre. Ahora hace cosas con la energía de sus manos, como Son Goku. Mola.
Con ella me hice unas buenas pintas y pulpo a la japonesa por tabernas universitarias.

Pejota, no nos sacamos foto, pero en Wellingnton la veré de nuevo y ahí haremos unas cuantas sólo para ustedes.


Mireia.
Lo de Mireia es espectacular.
Resulta que hay unos 55 españoles censados en Nueva Zelanda. Mireia no es ni siquiera uno de ellos. Ella es de los otros.
Barcelonense de Vic y gallega de vicio y conxuros. Amiga de Nacho y de Santos.
Es mi vecina.
Increíble, pero es así. Vecina mía. A dos pasos de mi casa y en el otro lado del mundo.

Ella me enseñó un garito que parece digno de mi reiterada y poco exclusiva presencia. Pintas de Guinness, partidas de póker, billar, miles de libros amarillentos amontonados, gente con historias que contar, una habitación ilegal para fumar, y lo más importante de todo: Está al lado de mi casa (puerta con puerta)

Ella me dejó caer algo sobre una isla extraña a cuatro horas en barco, Great Barrier Island.
Así que al día siguiente, me fui para allí.
Toda una odisea llegar a tiempo al ferry. Pensaba que lo de saltar al barco que está saliendo era cosa de pelis de acción.
Pues no. También ocurre con seres normales como un servidor.
La historia completa os la cuento entre cañas. Merecerá la pena.

El caso es que llegué. Y me tiré a dormir en la proa. Justo debajo del cartel de prohibido dejar basura tirada por ahí. La foto es cortesía de una irlandesa que se encontraba entre mi cámara y yo.





Great Barrier Island.



Esto es una isla más pequeña que Formentera, pero más anchota y sin italianos.

Hay unos mil habitantes (la mitad alcoholicos y la otra mitad taraos de comer setas) y no hay electricidad, ni cobertura para móviles.
No hay cajeros automáticos, ni agua caliente por más de cinco minutos.
No hay ni downtowm, ni town, ni nada que se le parezca. Hay tres tiendas en toda la isla, y una biblioteca del tamaño de una cabina de teléfonos.
Ellos ahí siguen, en el siglo XIX.

El aspecto cuando llegas es algo así:



y así:


Cuando llegué, éramos unos once turistas en toda la isla. Y uno de ellos es una holandesa que lleva de turista en la isla doce años.
Hay doscientos patos que son únicos en el mundo y señales por la carretera (LA carretera) de "por favor, no pisar a los patos".

Hay dos policías en toda la isla. Un señor y una señora. Después de años y años de rumores, se ha confirmado que están enamorados.

También hay dos aeródromos. Para ir, y para venir.

Sólo me faltó ver el lanzamiento anual de pianos en catapulta y algún karibú.
Tíos, os recomiendo que vayáis a este sitio.

El lugar más reposadamente espectacular que he conocido en toda mi condenada existencia.
El lugar perfecto para ser un Goonie.























Sigo desde lo que os contaba ayer:

En el barco (un trasto oxidado que se mantenía a flote mediante oraciones y plegarias) conocí a varios personajes, curiosos ellos. Un maorí que no paraba de repetir "water is clear", a una irlandesa cuyo nombre no recuerdo, y a Sven. Un austríaco que viaja por Nueva Zelanda con su bici. Sven me recomendó su hostal, Crossroads. Así que me fui con él y le perdí la pista a la irlandesa.

Tipo curioso el Sven. Aquí podéis verlo en la parte de atrás del coche de una kiwi que conocí en el hostal (Jakie) y que me paseó por toda la isla. La pierna es de Jakie. Le da cosa salir en las fotos y sale corriendo en cuando aparece una cámara. De hecho es de de eso de lo que se ríe Sven.



La experiencia fue graciosa. Resulta que Jakie tenía una muela destrozada y estaba medio drogada. Había perdido la avioneta para ir a Auckland a ver a un dentista. Esto me lo dijo después de unas cuantas curvas. Así que al cabo de unas horas volvimos al hostal meternos algo en el estómago, y allí recogimos a Sven, que venía de reconocer el terreno con su bici. Creo que el pobre sólo entendió "pequeño paseo". Así que se vino descalzo y con lo puesto.

Tardamos un par de horas en explicarle a la kiwi la película de los Goonies.
Volvimos al anochecer.

Mientras Sven se iba a recomponer sus pies, y Jackie a por más química, me fui a conocer el lugar de encuentro de la isla. El centro social.
Varias pintas allí me bastaron para conocer a la fauna local. Era un día cualquiera. De esos en lo que hay un concurso de pesca y se celebra volviendo borracho a tierra para beberse el pescado y poner las jarras a la parrilla.



Lo más parecido que he visto a aquello es El Baile de los Vampiros de Polansky.
Rural. Muy Rural.
Simplemente maravilloso.

También tuve tiempo esos días de lanzarme a la maleza. Llovía. Llovía mucho. Pero me hice algunos paseillos y un pequeño trecking de unas cinco horas que acababa en lo alto de una montañita, en unas pozas de aguas sulfurosas.


Pasé de bañarme.
Olía a Rotorua y Rotorua huele mal.
Eso sí, fue una caminata cojonuda.




Me habría quedado allí eones, pero mi barco de vuelta a Auckland salía entre una hora y otra (aspectos inciertos de mundos aproximados, algo que se estila por aquí a veces), y me tocaba hacer autostop. Así que me despedí de los lisérgicos dueños del hostal, de su hija veintinosecuanteañeraaburridadeestaraquíconlasputasovejas (con la que tuve un incidente a lo hitchcock en la ducha) de Sven, de Jackie (no sin hacerles la pertinente foto a ambos) de gatos y otros bichos, y me volví a la carretera con el petate.



Ni diez minutos hicieron falta para que me recogiera pulgar arriba la tía segunda de la novia de un tío de Ámsterdam que llevaba a la susodicha troupe en el coche. Me llevaron al puerto, y se despidieron con mimos.

El holandés errante, erraba con su novia kiwi desde hacía meses. Gente curiosa también. Me los volví a encontrar en el barco y no dejaron de presumir de lo grande que era el pez que habían pescado el día anterior.

Dejé la conversación por unas horas y por Sigur Ros. Sigur Ros tiene sentido cuando el viento azuza la proa y tu solito ahí delante compartes salitre con los islotes y los delfines.

Bonito, bonito, bonito. Y las lágrimas eran de pote. Había estado cortando cebollas y el viento en los ojos hace cosas con los lacrimales.
Espectacular, vaya.



Después de un disco y medio me volví dentro con ellos. El dulce calor del hogar y el espantoso sabor de un panini hecho a bordo.
Ella era bastante guapa y trabajaba de producer en londres. Me hizo cosita y se me notó. Debía de haber hecho fotos pero me daba palo. Muy buena gente los dos.

Viaje largo y cansado en un barco para llevar cosas y no personas.
Llegamos agotados.

Nos despedimos allá por Auckland.
Imagino que me los encontraré por el mundo.







*por cierto, disculpad el toque de algunas fotos, entre hortera y de 2001. Es cosa de los blancos de la canon. Que o no acabo de pillarle el truco, o funciona como le sale de las lentes.

1 comentario:

marc dijo...

sí sí sí.
todo es muy bonito, todo es precioso. las ovejas cantan y los pájaros te traen cacahuetes del cielo y una pinta de cerveza.

me cago en el tiempo libre.
que envidia me das macho.