martes, 11 de marzo de 2008

Step by Step.

Bueno. Por dónde empezar.

Tongariro Northern Circuit.
Es esto:


Es decir, un Parque Nacional bastante ganso, de aspecto volcánico y superficie marciana. Por intervalos te puedes topas algo de vegetación. Incluso pequeños bosques, sobre todo cuando desciendes. Pero vaya, lo suyo es toparte un cráter o un lago sulfuroso a medida que vas caminando.

El recorrido base son 55 kilómetros. Yo me hice unos 50 entre recorrido y desvíos varios.
Lo normal es hacerlo en tres noches, y yo lo hice en dos, porque no tenía mucho tiempo.

Lo cierto es que es espectacular. Está considerado como uno de los mejores trecks del mundo. Y aunque no tengo ni idea del mundo trecking, puedo entender porqué.



A destacar:

La noche antes de empezar a caminar, conocí a Rachid y a Skyler. Un alemán de Nüremberg, y un americano de Minnessota. Estábamos en la misma habitación del hostal. También había un suizo. Y como suizo, se consideró neutral. Mejor. Parecía un serial killer. Un tipo raro. En su coche escondía un cadáver, o algo así. Ya sabéis, ese tipo de gente que apenas abre los ojos cuando habla.

Rachid y Skyler decidieron hacer el mismo recorrido que yo, pero en el sentido contrario.

Y vaya, que al día siguiente nos despedimos, y empezamos a caminar en sentidos diferentes.

El primer día, halleme de súbito entre miles de personas haciendo el mismo camino que yo. Resulta increíble, pero es que parte de mi recorrido coincidía con el Tongariro Crossing, que es el daywalk más conocido de NZ, y aquí se vienen manadas de agrestes kiwis y otros faunos a hacerlo. Resulta bastante atómico estar recorriendo un parque nacional en medio de la nada, en el culo del mundo, y que por momentos parezca la Quinta Avenida de NYC. Es incluso molesto, pero si vas a tu bola le vas sacando importancia.


Por partes, se me hizo algo durillo. hay dos tramos de ascensión entre rocas. Cuando llevas una mochila de 15kg y una rodilla te hace crak, escalar duele (no es una escalada literal, resulta fácil si todo va bien). Pero vaya, el dolor y las subidas fueron sólo la mitad del recorrido, así que se pudo llevar.



Lo más curioso es que cuando llegas a la cabaña donde vas a pasar la noche, te topas con cientos de personas en la puerta. Entras, abandonas tu mochilla a su suerte, te pones a hacerte tu casi pasta con su casisalsa, y por la ventana, desde fuera, te miran. Te observan.

Creo que éramos 12 los que hacíamos noche allí, pero como el Tongariro Crossing pasa por delante, eres una cosa más a la que hacerle fotos. Allí hay volcanes, lagos, rocas de formas obscenas, y tipos raros que duermen en cabañas.

Es una sensación del palo acuarium. De la jaula de los monos en el zoo. Se hacen fotos contigo. Algo así, más o menos.

Esa noche apenas pude dormir. Por el frío, por los ronquidos de dos daneses, y por los cuatro cafés con whiskey que me bajé con un galés bastante divertido.
Resulta excesivo, yo lo sé. Pero es que un supercarajillo cuando anocheces en la cima de un volcán, entre la bruma y el viento, sabe a gloria.




Al día siguiente, la cosa fue radicalmente distinta. Empiezas a caminar, y te tiras horas y horas sin ver a nadie. Las dos primeras horas, remontando la montaña para bajarla desde el otro lado, la hice entre una niebla que no dejaba ver a más de 20 metros, y un viento para echar a volar.

Cuando bajé a medio nivel de la montaña, tenía pensado parar en una da las cuatro cabañas del parque. A comer una manzana y recargar agua.
Cuando llegué allí, Chalid y Skyler estaban montándose un pic-nic en la mesa de fuera, esperándome.
Espectacular.



Estás en medio de la nada más absoluta, y te encuentras con gente que conoces, como si hubieras salido de cañas por una ciudad pequeñita.
Estas cosas me pueden, la verdad. Me sobrecogen.
Cuando esto sucede, unos cacahuetes una manzana saben a restaurante de acento francés y guía michelín.

Tras esto, vuelta al mundo marciano. Desierto, roca, desierto, roca, arenilla en la bota, parada para reponer protector solar, frío, calor, y de repente algo de vegetación. Y tras la vegetación, llegó un bosque de los de aquí. De esos en los que hasta los gnomos han de ser boinas verdes si pretenden instalar el dúplex en una seta.

Todo en esta vida resulta más atractivo por contraste. Y aquello fue orgásmico.



Mi rodilla se portó, y no dijo nada hasta que llegué a la siguiente cabaña. Lugar interesante, oculto entre árboles. Allá nos juntamos una fauna ciertamente incierta. Checos, kiwis, ingleses, daneses, noruegos, un japonés, y un servidor.

En un rato escribo lo de las kiwis que conocí allí, y lo de Britta, una alemana (un sol de tía) que me regaló el Diario de Anna Frank.

torero.










Básicamente:

Me he tirado tres días pateando entre volcanes. Cincuentaynosecuantos kilómetros subiendo y bajando solito por algo parecido a Marte.
Sin Ipod ni leches. Con una mochila y cacerolas para hacer sopa.
Una de las mejores experiencias de mi vida.
Alucinante.

Y también:
Chalid y Skyler y Kahla y Delyse y Mathias y Britta (oh, Britta...).

Y además:
Neil Gaiman, Anne Frank, y el campo de golf del Chateau Tongariro.

Me duele cada miserable parte de lo que queda de mi cuerpo.
Mañana os lo cuento.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y no te diste un baño sulfuroso a tropecientos metros de altura. Tú no sabes vivir...
Cuando haces alusión a tus reuniones en las cabañas parece un chiste de gallegos. Je.
Estoy esperando el día que nos cuentes la visita a la antípoda de tus casa de La Coruña.
Espectante me quedo, a ver si cuando vuelva de vacaciones me encuentro un nuevo post.
Ciao.