martes, 5 de febrero de 2008

Cuántos calcetines.

Hay cosas para las que uno nunca está preparado.
La vida diferencia dos especies claramente. Los que siempre atinan cuánta sal ha de echarse en platos para más de dos personas, y los que no somos capaces de decidir el número de calcetines que metemos en un petate cada vez que vamos de viaje.

Cuando iba a campamentos de pequeño, me enseñaban a ordenar una mochila. De abajo a arriba:
Botas y calzado, ropa interior, pantalones, jerseys, camisetas, camisas, y algo de abrigo rápido por si las moscas. En Galicia hay muchas moscas, y por eso llueve tanto.
Había una variante, que era el saco de dormir. La escuela más extendida era la de los que lo metíamos entre la cabeza o tapa del petate. Pero también estaban los que lo enroscaban en las asas inferiores, que siempre parecía más profesional, pero si usaban saco de cremallera sin funda, siempre se desenroscaba y acababa pareciendo una crisálida.

En el bolsillo superior, guardabas los croissants de La Bella Easo, que tu madre de compraba por si acaso, y en los laterales, los útiles fundamentales par la supervivencia en el campo, como la linterna de petaca que nunca tenía pilas, los kleenex que volvían a casa arrugados y sin abrir, y el cuchillo superchulo con brújula por si te pierdes.

Si la mochila se mantenía en pie por sí misma, es que estaba bien hecha.
Si era más grande que tú, molabas.

Dentro de seis horas, salgo para Nueva Zelanda, y tengo la planta de arriba de mi piso poblada por un ejército de cientos de calcetines distribuidos por parejas. Predominan los blancos de deportes, que son como peones multiusos. Algún batallón bastardo medio Nike, medio Adidas, se arrejunta con aspecto peligroso. De cuando en cuando están los negros, que son algo así como la antigua caballería. Elegantes a la par que rudos. Y luego están los finos. Esos de rayas y cuadraditos que parecen los estandartes de las casas nobiliares, que suelen codearse en fiestas de alto postín.

En seis horas salgo para Nueva Zelanda y estoy escuchando Flaming Lips.
Es lo más parecido al estrés que he vivido desde que dejé de currar en Diciembre.

Deberíais de probarlo.
Es cojonudo.
:)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Has llegado bien? ¿Cómo estás? ¿Has visto ya algún pingüino en la playa? Cuenta, cuenta, estoy impaciente por leerte!! Un beso

Anónimo dijo...

maioha

L dijo...

Esas es una de las mejores sensacionessssss...todo por descubrir :))